Según informó la Agencia de Noticias Hawzah, el fallecido Ayatollah Azizollah Khoshvaqt, maestro de ética del seminario, abordó en una de sus lecciones el tema “La clave de la paz y el éxito en la vida”, cuyo contenido es el siguiente:
En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso.
«¡La paz sea con vosotros por la paciencia que mostrasteis!»
Los ángeles no son visibles para la gente en este mundo, pero en el Paraíso, si Dios quiere, serán vistos.
En este mundo, su saludo no tiene efecto visible; sin embargo, en el Paraíso, su “Salamun Alaikum” —su saludo de paz— se manifestará de todas las maneras posibles. Cada vez que entren o salgan, traerán paz y bienestar a los habitantes del Paraíso, diciéndoles:
“Este banquete, este Paraíso, nuestros saludos y nuestras súplicas por vuestra paz, son el resultado de la paciencia que mostrasteis.”
La paciencia es la base de todo. Si no hay paciencia, no hay oración.
¿Qué ocurre entonces?
Cuando alguien se levanta temprano, con sueño y cansancio, para rezar, eso requiere paciencia.
Ayunar en los días calurosos del verano requiere paciencia.
Viajar largas distancias, soportar el calor o el frío, también requiere paciencia.
Toda obediencia al mandato divino necesita paciencia, porque en cada acto de obediencia hay que resistir algo. Quienes poseen esta virtud son aquellos a quienes Dios dirige su palabra.
Por lo tanto, el fundamento de la obediencia a Dios y del perfeccionamiento de la fe está completamente basado en la paciencia.
Sin embargo, la paciencia es amarga. El ser humano desea hacer todo lo que quiere, pero la paciencia le dice: “No”.
Esto es parte de la prueba divina. Muchas personas no desean soportar ninguna restricción, porque la paciencia es amarga; y precisamente por esa amargura, muchos la rechazan y caen en el pecado.
Por lo tanto, especialmente si deseamos evitar el pecado y alcanzar el Paraíso, no es posible hacerlo sin paciencia.
Dios ha ordenado el matrimonio. Si una persona no se casa, deberá tener paciencia, pues sin matrimonio es difícil mantenerse puro y evitar el pecado.
Y si se casa, nuevamente necesitará paciencia: las mujeres no son iguales a los hombres; sus gustos, objetivos y deseos difieren, y esto genera desacuerdos.
¿Qué debe hacerse entonces? Tener paciencia.
Desde el principio debemos aprender la paciencia. Si es poca, debemos aumentarla.
Si en los primeros días del matrimonio surgen disputas —por la comida, los horarios, los retrasos o las costumbres—, si no hay paciencia, los hijos sufrirán, la familia se destruirá y Dios no estará complacido.
Si la paciencia es débil, hay que fortalecerla. ¿Cómo?
Con más paciencia.
Cumplir con las obligaciones divinas requiere paciencia, y abstenerse de los actos prohibidos también. ¿Por dónde empezar?
Por los deberes obligatorios, porque si no se cumplen, nada más es posible.
Una vez que se comienza con las obligaciones, la paciencia crece.
Después de un tiempo, la persona nota que aquello que antes le parecía muy difícil y amargo, ahora lo hace con facilidad.
Cualquier cosa que se practique con constancia se fortalece.
Así, la paciencia se desarrolla, la fe se fortalece, y muchas otras virtudes se forman con ella.
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