¿Por qué el ser humano debe buscar la religiosidad?

Hawzah / El conocimiento correcto sobre el pasado, el futuro y las realidades del mundo es uno de los esfuerzos más necesarios del ser humano. La razón y la conciencia nos invitan a investigar sobre la existencia de Dios y los profetas, y a comprender la verdad de la religión, para así reconocer los grandes beneficios y evitar posibles perjuicios.

Según informa la Agencia de Noticias Hawzah, este texto aborda, desde una perspectiva racional y argumentativa, la cuestión doctrinal de por qué el ser humano debe buscar la religión y alcanzar un conocimiento correcto a través de la investigación.

Muchas de las dificultades humanas provienen de la ignorancia respecto a la verdad. Por tanto, la búsqueda de un entendimiento correcto sobre la vida y el universo no solo es una necesidad racional, sino también una tarea sagrada. Tres razones fundamentales impulsan esta búsqueda.

1. La necesidad de agradecer al Bienhechor

El ser humano, a diferencia de otros seres, es consciente y dotado de razón. Esta razón lo eleva por encima de la vida instintiva de los animales y le otorga responsabilidad. Uno de los dictámenes más claros de la razón es que, si alguien te hace un favor, debes agradecerle. En la vida cotidiana, incluso cuando alguien nos ofrece un vaso de agua, respondemos con un simple “gracias”, pues sabemos que la indiferencia ante la bondad refleja falta de educación o de justicia.

Ahora bien, si reflexionamos más profundamente, desde el instante en que abrimos los ojos nos encontramos en un mundo lleno de bendiciones: nuestra propia existencia, el aire, el agua, los alimentos, la razón, los sentimientos, la familia, la naturaleza, la belleza, las leyes del universo y las oportunidades de crecimiento y conocimiento. ¿Nos hemos otorgado todo esto a nosotros mismos? No. ¿Fueron nuestros padres los creadores de este inmenso sistema? Tampoco. Entonces la razón pregunta: ¿de dónde provienen todas estas bendiciones? Si hay un dador, ¿no tenemos un deber hacia Él?

La razón despierta responde: debes averiguar si existe un Bienhechor, pues si lo hay y permaneces indiferente ante Él, no estás actuando conforme a tu dignidad humana.

Es como alguien que vive en una casa sin saber quién es su dueño, disfrutando de todas sus comodidades sin siquiera molestarse en preguntar. ¿Podría considerarse una persona honorable? La razón dice que no.

Por tanto, el primer paso que dicta la razón es investigar si este universo tiene un Creador consciente y poderoso. Si lo tiene, Él es nuestro verdadero Bienhechor, y debemos hallar el modo de conocerlo y agradecerle. Ese camino es precisamente lo que la religión propone. Así, la razón nos impulsa a examinar la religión para descubrir si ofrece una vía hacia el conocimiento del Creador y la relación con Él.

De lo contrario, al disfrutar de las bendiciones e ignorar al Bienhechor, seríamos inferiores a los animales, pues ellos carecen de razón, mientras que nosotros, teniéndola, caeríamos en la negligencia o la indiferencia. Por tanto, la razón afirma:

Si eres humano, debes saber si tienes un Bienhechor; y si lo tienes, debes agradecerle. Y ese agradecimiento no se limita a las palabras, sino que implica conocimiento, fe y acción. Y eso es precisamente la búsqueda de la religión.

2. La atracción del beneficio probable

Uno de los principios racionales que ningún ser sensato puede ignorar es el principio de la búsqueda del beneficio posible. Nuestra mente está diseñada para valorar incluso una mínima posibilidad de obtener un gran bien. Este principio rige en la vida cotidiana: aunque la probabilidad de ganar un sorteo sea baja, muchos lo intentan, porque la ganancia potencial es grande.

Apliquemos ahora este principio al tema más amplio y trascendental de la existencia: el más allá, los profetas y la religión.

Si solo admitimos la posibilidad de que los profetas hayan dicho la verdad —es decir, que existan realidades como el Juicio Final, la rendición de cuentas, el paraíso y el infierno—, ¿no nos dice la razón que no debemos ignorar tal posibilidad? Incluso si la probabilidad es mínima, cuando el beneficio o el daño potencial son inmensos, la razón ordena investigar y buscar el modo de alcanzar ese beneficio o evitar el perjuicio.

Por lo tanto, la razón práctica invita al ser humano a indagar sobre la religión y los profetas, y en última instancia a descubrir la verdad, ya que el valor del beneficio posible en este ámbito supera cualquier ganancia mundana. Incluso sin certeza absoluta, el esfuerzo por investigar y buscar la verdad tiene pleno sentido racional.

3. La prevención del daño posible

Otro de los mandatos más evidentes de la razón es el principio de evitar el daño posible.

La mente humana siempre advierte que, si existe la posibilidad de un perjuicio —especialmente si es grave o irreparable—, no se debe permanecer indiferente. La persona racional procura evitar ese daño, aunque su probabilidad sea baja, porque la gravedad de sus consecuencias basta para imponer la prudencia.

Por ejemplo, si alguien sospecha que un alimento está en mal estado y podría enfermarlo, su razón le dice que no lo coma. O si oye que en un camino hay peligro de derrumbes o animales salvajes, no sigue adelante con indiferencia, aunque no haya visto el peligro con sus propios ojos. Basta esa posibilidad de daño para actuar con precaución.

Apliquemos ahora este principio a las cuestiones más profundas del ser y del espíritu. El ser humano observa que en el mundo existen cientos de doctrinas, religiones, sectas y filosofías, cada una con su propia idea de la verdad. Los profetas, por su parte, vinieron con pruebas convincentes, invitando a la humanidad a creer en Dios, en la vida después de la muerte, en el paraíso y en el infierno.

Incluso si alguien no tiene certeza absoluta de que sus palabras sean verdaderas, el simple hecho de que exista la posibilidad de que lo sean basta para despertar la razón. Porque si los profetas dicen la verdad y permanecemos indiferentes, nos enfrentaremos a un daño no solo grande, sino eterno e irreparable: el infierno.

Para ilustrarlo, imaginemos que alguien nos advierte de que en un camino hay un animal salvaje peligroso o riesgo de desprendimientos. ¿Seguiríamos adelante sin precaución, aunque la posibilidad de peligro fuera pequeña? La razón nos diría que tomemos esa advertencia en serio, porque las consecuencias podrían ser graves.

De igual manera, la razón nos ordena no ignorar esta posibilidad en materia de fe: debemos investigar, reflexionar y decidir con conocimiento. Si la advertencia resulta verdadera y no hemos hecho nada, perderemos. Y si no lo es, nada habremos perdido.

Este principio racional es lo que lleva a las personas responsables y conscientes a no permanecer pasivas ante la religión y el llamado de los profetas. Solo los indiferentes se arrepienten cuando ya no queda tiempo para remediar su error. Pero la razón sana no permite llegar a ese punto.

En la vida cotidiana tomamos precauciones ante molestias que duran apenas unos minutos u horas. Entonces, si está en juego un futuro eterno y existe la posibilidad de sufrimiento o privación, ¿no deberíamos ser cien veces más prudentes? Si la razón exige cautela para evitar una simple indigestión, ¿cómo podría permitir la indiferencia ante el riesgo de un castigo eterno?

Por eso, la razón humana proclama con claridad: mientras tengas oportunidad de examinar, conocer y elegir, no debes permanecer indiferente ante la religión y el llamado de los profetas. Si existe la posibilidad de un daño eterno, la investigación y el discernimiento en las creencias son requisitos esenciales de una vida verdaderamente racional.

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