Según el informe de la Agencia de Noticias Hawzah: Imperialismo y sionismo: ¿dos caras de una misma moneda? Un análisis sobre el papel del sionismo como herramienta en manos del imperialismo para llevar a cabo objetivos coloniales.
El imperialismo, para alcanzar sus metas en los países colonizados, recurre a cualquier medio. Uno de esos instrumentos es el sionismo, cuyo proyecto comparte plenamente las características del imperialismo.
En términos generales, el imperialismo es el nombre que se da a un poder (o Estado) que, fuera de su propio territorio nacional, se apodera de tierras ajenas, somete por la fuerza a sus habitantes y explota sus recursos económicos, financieros y humanos en su propio beneficio.
El imperialismo, en su sentido de formación de imperios, quizá haya existido desde los comienzos de la historia humana. Sin embargo, en un sentido más restringido, el término “imperialismo” (derivado de la palabra más antigua “imperio”) se popularizó en Inglaterra hacia 1890. Sus promotores fueron un grupo liderado por Joseph Chamberlain, político colonialista británico que defendía la expansión del Imperio inglés y rechazaba la política de centrarse en el desarrollo económico interno. Muy pronto, este término fue adoptado en otras lenguas y se utilizó para describir la competencia de las potencias europeas por obtener colonias y zonas de influencia en África y otros continentes. Por esta razón, el período comprendido entre la década de 1880 y 1914 fue denominado “la era del imperialismo”.
El imperialismo es, en esencia, una ideología de dominio. Este dominio puede presentarse de forma explícita, mediante un poder político impuesto por la fuerza contra la voluntad de los pueblos sometidos, o de manera implícita, sin estructuras políticas formales, pero ejerciendo tal control que las actividades de una sociedad quedan condicionadas a las necesidades e intereses del sistema dominante.
En resumen, el conjunto de acciones que establecen una relación de dominación entre el poder dominante y el sometido se denomina imperialismo. Dichas acciones poseen características específicas, entre ellas:
El dominio tiene como fin la explotación y colonización.
El concepto de imperialismo no se aplica a la explotación de un individuo sobre otro o de un Estado sobre su propio pueblo, sino al control ejercido por un Estado fuera de sus fronteras.
El dominio puede comenzar en lo político, económico, militar o cultural, pero pronto se extiende a todas las dimensiones de la vida de una nación.
La fuerza constituye uno de los instrumentos esenciales del dominio y, por tanto, del imperialismo.
En consecuencia, el imperialismo es necesariamente un sistema agresor, expoliador, parasitario y antidemocrático.
De acuerdo con lo señalado por Jean Ziegler, sociólogo de la Universidad de Ginebra, el imperialismo no solo destruye a los pueblos periféricos (dominados), sino a toda la humanidad. “El imperialismo destruye al ser humano. Yo no puedo sentirme libre ni alimentarme en paz cuando, a pocos cientos de kilómetros de mí, un niño agoniza por falta de alimento”.
Pensadores europeos —tanto judíos como cristianos— que servían a los intereses de sus Estados desempeñaron un papel en legitimar el racismo judío, en apoyar el despojo de los palestinos y en justificar la ocupación de sus tierras para asentar a comunidades judías.
Estos intelectuales se esforzaron por dar legitimidad a las ideas racistas de los sionistas, al considerarlas parte de los objetivos coloniales e imperialistas. Presentaban a los árabes palestinos como salvajes o casi animales, mientras apoyaban los planes de colonización sionista en Palestina para asegurar los intereses europeos en la región. Intentaban mostrar estos proyectos como algo natural.
Procuraban, además, presentar históricamente al régimen sionista como representante y defensor de todos los judíos del mundo. En este sentido, describían al sionismo —instrumento del colonialismo y el imperialismo— como un movimiento antiquísimo, ya que, según ellos, desde hacía miles de años los judíos alimentaban la esperanza de regresar a Palestina.
Durante el Mandato Británico en Palestina, la expulsión de los palestinos y la apropiación de sus tierras por parte del imperialismo británico fue un proceso calculado y sistemático. Yosef Weitz, director del Fondo Nacional Judío encargado de adquirir tierras en Palestina, escribió en 1940: “Debe quedar claro para nosotros que en este país no hay lugar para dos pueblos. Si los árabes se van, tendremos suficiente espacio… No existe otra solución que su traslado completo. No debe quedar ni una sola aldea ni una sola tribu árabe. Hay que explicar a Roosevelt y a todos los líderes de los países amigos que la tierra de Israel no es demasiado pequeña, siempre que los árabes la abandonen y que nuestras fronteras se extiendan un poco hacia el norte, hasta el río Litani, y hacia el este, hasta las alturas del Golán”.
En base a esta política del imperialismo británico, los árabes debían desaparecer. Por ello, la colonización y la ocupación fueron rasgos fundamentales en la creación de los asentamientos sionistas. Así, el racismo no fue un fenómeno marginal, una cuestión de libertinaje moral o de arrogancia individual o grupal, sino una característica esencial: para realizar el sueño sionista, los habitantes originarios tenían que desaparecer. Si no desaparecían, ese sueño no se podía cumplir. De ahí que los sionistas expandieran el racismo.
En conclusión, la ocupación de Palestina, la expulsión o masacre de sus habitantes árabes, o bien su sometimiento a los sionistas y la explotación de sus tierras, aguas y regiones fértiles, fue una de las expresiones más evidentes del imperialismo británico y de otras potencias coloniales, con los sionistas en primera línea.
Fuente: Plataforma Integral de Sectas, Religiones y Escuelas de Pensamiento
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